~ El Lugar donde el Amante de la Historia, el Arte, la filosofía y la música tiene un rincón especial para empaparse de la cultura que un historiador puede dar, bienvenido a El Nacimiento de Clío.
Familia. Sociedad y Cultura Popular en la España Moderna
Por
Héctor Linares González
Universidad Autónoma de Madrid.
La familia de la España del Quijote tenía de 4 a 6 miembros por término medio ( tras haberse reducido su número por la mortalidad del antiguo régimen). La mortalidad infantil iba reduciendo mucho el tamaño de las familias. Eran familias grandes porque los hijos eran vistos como mano de obra para el campo. La familia era el conjunto de personas que vivían en una casa y no solo los familiares. El padre de familia podía asignar los trabajos en el seno de la casa: en función de la edad y las posibilidades un trabajo dentro de la economía doméstica. En las familias protestantes había como término medio unos 4 miembros.
La Sagrada Familia del Pajarito. Ejemplo fundamental para la familia cristiana española.
La familia era la unidad fundamental de la producción del antiguo régimen. En el marco de la familia se da una acumulación del capital que fue tan importante como el comercio internacional. En el ámbito de la familia se da la proto-industria. La familia significaba parentesco y domesticidad. El «Domus» era la casa como concepto. «Ecología» del griego Oikos también era un concepto de la casa. Los muertos dentro de la casa tenían un papel también fundamental. Las uñas y el pelo del «pater familias» se guardaba en algunos casos para honrar su recuerdo. Se da sobre todo en el medio rural. e
En el reparto de las tareas de la casa doméstica. El Pater familias era el encargado de la salud espiritual de los inquilinos de la casa. Era el representante de una familia: del apellido. Con ello podía castigar a los subordinados y podía elegir los cónyuges de sus respectivos hijos. Por dos cosas: el autoritarismo del padre y también para mantener el buen nombre de la familia y poder conseguir lo mejor para la unidad familiar. La mujer y su papel era la del ama de la casa y la administración interna de la casa. Ella dirigía la vida doméstica y se encargaba de la educación de los hijos. En caso de fallecimiento el Pater familias tendría que contraer de nuevo sagrado matrimonio. Esos matrimonios en segundas o terceras nupcias eran elemento de burlas por parte de la sociedad. Lo que vemos es una división sexual del trabajo donde las tareas femeninas son desconsideradas frente a las masculinas. Las femeninas se quedan en el ámbito de la casa y la del hombre tienen una proyección hacía el exterior. Pero hay una excepción: en las zonas portuarias la mujer tiene un gran papel porque el marido pasa mucho tiempo en la mar y se crean sociedades matriarcales.
Pintura que representa una típica familia protestante.
Los hijos eran considerados como mano de obra que daban ganancias suplementarias a la casa. Solo el primogénito obtenía un trato especial porque era quien recibiría la herencia y la casa. Los segundones y segundones tenían dificultad para contraer matrimonio porque no tenían dote. La salida natural era la milicia o la iglesia. Solían quedar solteros. La herencia se trasmitía mediante testamento escrito firmado ante el escribano – funcionarios de la Corona real-. Los testamentos son escritos muy interesantes – un ejemplo es el testamento de Calderón de la Barca o de Diego Velázquez-. En los testamentos de los campesinos quizás debatan unas sabanas o una silla. Existía una natalidad ilegítima muy elevada. Esa natalidad ilegítima es recogida por los hospicios y detrás de ello hay los denominados patronos -nobles o eclesiásticos- que por forma «gratuita» ponen dinero para mantener esos hospicios. Los patronos eran los nobles y la Iglesia. Eran las llamadas obras pías. En el siglo XVI cambian los valores de la familia. Esa obra de transición vemos que los criados engañan a sus dueños y se pierde el respeto por las jerarquías – lo vemos claramente en La Celestina-.
Representación de un típico duelo por honor en las calles de Madrid.
Hay dos conceptos que son el del honor y el de la honra. eran valores fundamentales en la sociedad española del barroco. El honor era la fama de la familia hacia el exterior – recaía en el hombre- y la honra era el elemento de prestigio de la familia de cara al interior y recaía en la mujer. El Concilio de Trento sacralizó el matrimonio como el sacramento que aseguraba la reproducción del sistema y era la célula fundamental de la sociedad cristiana. El honor en el hombre se relacionada con la negativa a trabajar en oficios viles y mecánicos. El modo de vida noble aspiraba a la holganza – la aspiración del hidalgo- tampoco ejercía oficios mecánicos porque manchaba la limpieza de sangre de los viejos castellanos. Hay una excepción y es la nobleza sevillana pues le da igual ser noble y ser armados de barco o trabajar con sus manos en cualquier trabajo. Esta defensa del honor generó una sociedad violenta. A los extranjeros les sorprendía que en España todo el mundo iba armado por la calle y cada dos por tres se daban duelos en la calle en defensa del honor. En el siglo de oro se oída el refrán: «En Madrid se mata de noche y de día en nombre de Dios y en el de la Virgen María«.
Pintura que representa a una «tapada» madrileña.
La forma de llevar los bigotes y los ropajes irán evolucionando según la moda de la Corte. Esto diferenciaba a los hombres más hombres que los afeminados o llamados hombres «lindos». Se dio también la moda de llevar gafas que eran denominadas «Quevedos». Se llegó al extremo de llevar gafas colgadas de la faltriquera para demostrar sapiencia. «He notado que se llevan gafas por honor» dice un viajero de la época. En cuanto a la mujer su estética se deriva del Cantar de los cantares. Es el principio petrarquista » un bello manto una veldaz adorno«. Una crítica que se le hace a las mujeres nobles es su enorme gasto en vestuario o en maquillaje. Tenían brocados con hilo de oro y plata. Importaban paños de Flanes y esa pañería fina se compraba de nuevo por las mujeres en España. El mejor ejemplo son las leyes anti-lujo que quiso poner en marcha el Conde-Duque de Olivares. Los hombres gastaban en carruajes y las mujeres en vestidos. En cuanto a los aceites y el maquillaje se empleaba la pasa para tener un rostro blanquecino y sobre ello se pintaban coloretes rojos llamados solimán. Se comía barro para estar también limpia por dentro. En el siglo XVII se dio la figura del tapado. Eran mujeres que se cubren el rostro como acicate erótico. Era un velo fino de manera que desde dentro ellas podían ver con quien hablaban pero ellos no. Eso daba pie a muchos equívocos y por ello se incorporó rápido a las comedias de capa y espada.
Las edades en el siglo XVII venían de una descripción de San Isidoro de Sevilla: La primera edad es la infancia ( desde el nacimiento hasta los 7 años). La segunda edad es la pueritia ( donde el niño dura hasta los 14 años. Es la edad de la discreción y es cuando tenían la confirmación). La tercera edad es la adolescencia ( termina a los 21 años). La cuarta edad y luego seguida la juventud ( que dura hasta los 45 años). Sigue después la senectud o seriedad. Tras ella sigue la vejez ( que dura según unos hasta los 70 años y según otros hasta la muerte).
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
DOMÍNGUEZ ORTIZ. A. Las Clases privilegiadas en el antiguo régimen. Akal ediciones. Madrid. 2004.
MARTÍNEZ RUIZ. E. Iglesia y Sociedad en el Antiguo régimen en Asociación española de Historia Moderna. VOL I. N 23-25. Universidad de las Palmas de Gran Canaria. 1995.
Se recomienda utilizar las obras del Dr. Pedro García Martín – Catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Madrid-
En la obra del Dr. Pinto Crespo se nos narra las reformas que el gobierno carolino quiso acometer en referencia a la institución eclesiástica y a la religiosidad. Unas reformas insuficientes, tímidas y lentas que no cambiaron demasiado el panorama de la época. Una reforma desde arriba que quiso controlar a la iglesia mediante las ideas ilustradas y reformarla para que se ajustase bien al nuevo pensamiento de la ilustración. Además de todo esto, el doctor Pinto analiza la estructura de la Iglesia, recursos, riqueza, composición del clero, influencia social, configuración en el territorio, y sus problemas estructurales.
IGLESIA Y RELIGIOSIDAD EN LA ESPAÑA DE CARLOS III
Cuando hablamos de estos conceptos hay que tener en cuenta dos grandes hipótesis acerca del reformismo eclesiástico por el gobierno de Carlos III. Según la gran cantidad de autores consultado se dice que pudo ser por dos cuestiones:
la primera era la ambición del estado por controlar a la Iglesia, una institución que ejercía el control efectivo de la ideología del pueblo, y una ansia utilización de la Iglesia por parte de una élite de ministros volterianos[1], que se aprovechaban de la buena voluntad del Rey.
La segunda teoría es que el estado quería reformas a la Iglesia con el fin de acabar con los desequilibrios que poseía y sus corrupciones.
Pero se llega a la conclusión de que algo de razón tenían ambos planteamientos. Fue un intento de controlar a la Iglesia en coherencia con el nuevo pensamiento ilustrado, pero las reformas, a menudo, eran insuficientes. El poder político necesitaba a la Iglesia pues tenía el control social, por eso querían tener a la Iglesia bajo un control mayor, la reforma también quería modernizar la Iglesia, y ajustarla a los nuevos tiempos y pensamientos de la ilustración. La iglesia del siglo XVIII tenía una serie de problemas estructurales muy grandes. El modelo de actuación, la religiosidad barroca y su escénica, la acumulación de bienes en esas manos muertas, la deficiente formación intelectual de los párrocos, el excesivo número de clérigos, y sus prácticas como cristianas hacían evidente una reforma de la institución eclesiástica. La que más molestaba a los ministros ilustrados, como es lógico, era la acumulación de bienes y el gran número de clérigos, pues decían que era una de las razones del estancamiento demográfico y del crecimiento económico de España.
Carlos III de España. Rey de España. ( 1759-1788)
La Iglesia española presentaba problemas internos bastante notables. Fue una de las Iglesias que más rápido adoptaron las premisas establecidas en el concilio de Trento. Uno de los principales problemas era el gran aumento del clero durante la edad moderna, pero sobre todo del clero regular, aunque en el siglo XVIII el número se estancó. Pero como dice el doctor Pinto, era un clero numeroso y mal repartido. Primeramente por reinos vemos ya una desigualdad notable, en 1747 de los 165.663 eclesiásticos de España, casi 130.000 estaban en Castilla, y solo 38.234 en Aragón. Sabemos estas cifras gracias a los catastros y estudios demográficos como el del marqués de la Ensenada, o el del Conde de Aranda. A finales del siglo XVIII, el número era de 182.564 eclesiásticos, pero había descendido en comparación con el año 1768, pues había 191.101 eclesiásticos. En 1797 el clero representaba el 1,6% de la población, en frente al 2,2% que era en 1768. El siglo XVIII supuso un estancamiento, e incluso, un retroceso para el clero español. Aún así había enormes desigualdades en su distribución. Durante el siglo XVII el clero regular había sufrido un enorme auge, pero ahora en el XVIII el que estaba en pleno apogeo era el secular, con un crecimiento del 60%, en 1757 representaban el 55% de todo el clero español. Esto contribuyó a los desequilibrios de las estructuras eclesiásticas. Este clero secular creció enormemente en las zonas urbanas. Los desequilibrios también eran espaciales, por ejemplo, la comarca de la tierra llana del reino de Sevilla concentraba el 21% de todo el clero del reino en el año 1752. Además el mayor porcentaje del clero secular no se dedicaba a las tareas normales de salvación de almas, sino a otras varias. Solo el 30% o el 40% del clero secular se dedicaba a la cura de almas, lo cual no deja de ser curioso, pero en casos como el arzobispado de Sevilla solo el 8,6% del clero secular se dedicaba a estas funciones tradicionales de la Iglesia. La cuestión de la organización parroquial era otro asunto con grandes desequilibrios, había parroquias que no poseían un párroco titular. En 1787 había en España 18.922 parroquias, y solo 16.689 párrocos, lo que nos deja una cifra de 2.233 parroquias sin párroco. Además no se aumentó el número de parroquias, vemos como a principios del siglo XIX el número de parroquias era casi el mismo que a mediados del siglo XVIII, y se había producido un aumento demográfico, lo que hacía aún más notoria los desequilibrios de la organización parroquial. Además esto iba ligado a una diferenciación territorial, dado que en la mitad norte peninsular había un número mayor de parroquias que en la mitad sur peninsular. En el norte las parroquias eran mas, pero más pequeñas y de feligresía más pequeñas, la situación se invierte en el sur. Además vemos como el clero regular sentía mayor llamada en las zonas urbanas. Los desequilibrios se ven en como en el arzobispado de Sevilla, en 1768, se contabilizaban unas 500.000 personas, y había 245 parroquias, sin embargo, en Córdoba, con casi 250.000 almas, solo había 92 parroquias. De otro lado vemos como el arzobispado de Santiago de Compostela, con una población de 450.000 almas, poseía casi 1000 parroquias, unas 975. Los desequilibrios eran enormes.
Dr. Virgilio Pinto Crespo. Profesor Titular de Historia Moderna en la UAM.
La riqueza era otro asunto que suscitaba interés por parte de los ilustrados, y vieron como también era una cuestión de desequilibrio. La iglesia tenía una gran cantidad de rentas, beneficios y propiedades. Según el Catastro del Marqués de la Ensenada, la Iglesia era propietaria de casi el 15% de las tierras de toda España, y además eran las más ricas del reino. La producción agrícola de las tierras de la Iglesia representaban casi el 25% de toda la producción española. Pero además eran propietarias de ganado ( el 10% de toda Castilla), y poseían el 55% de las rentas de alquileres y derechos señoriales. Los censos y rentas hipotecarias les daba casi 30 millones de reales, o que significaba que poseían el 73% del total. En las ciudades la Iglesia podía ser la propietaria del 50% de las casas, en Segovia era dueña del 53% de las casas, y recibía el 34% de los alquileres, en Madrid era dueña del 20% de los inmuebles. Tenemos una Iglesia inmensamente rica que para los ilustrados suponía un obstáculo para el crecimiento económico del país, pues el excedente de los beneficios no se invertía en actividades productivas, además, que la iglesia fuera tan rica no implicaba que todos los eclesiásticos viviesen dignamente, pues había clérigos que realmente lo pasaban mal. Había muchos desequilibrios dentro de la organización del clero español. Otro enorme error de organización de la Iglesia eran los distritos parroquiales. En el siglo XVI ya se había formado una estructura parroquial en Madrid, ciudad que vamos a estudiar como ejemplo de este caso. El crecimiento demográfico de Madrid sirvió para evidenciar aún más los desequilibrios de esta organización. En el siglo XVIII vemos como las parroquias más antiguas se habían visto estranguladas por el circulo formado por las nuevas que se habían construido en los distritos más modernos. Para contrarrestarlo, en las parroquias mayores se crearon anexos, San Martín construyó dos, al igual que San Marcos o San Ildefonso, pero pronto se vio que no solucionaba gran cosa. Eso hacía que la misión de controlar la vida moral y religiosa de los fieles fuera un auténtico problema. La desigualdad territorial se plasmaba en la situación de las parroquias, las cuatro más grandes: S. Martín, S. Ginés, S. Sebastián, y S. Justo, comprendían el 80% de la población en 1792, eso dio lugar también a desigualdades económicas por las donaciones y los recursos de las fábricas que daban a las parroquias. Esto daba situaciones muy dispares. En el informe Lorenzana se ve como las cuatro grandes parroquias obtenían el 70% de los recursos, se daba una curiosa situación si comparamos la cantidad de feligreses y los recursos económicos. Se veía como las más grandes, que debían ser las más ricas, eran las menos favorecidas, pues no disponían de los recursos que teóricamente le correspondían por su población. Estas parroquias tenían recursos escasos y con ello su funcionamiento se veía entorpecido. Frente a ello veíamos parroquias muy ricas, pero que por su situación no podían atender adecuadamente a sus feligreses. El primer intento de remediar esta situación lo encontramos en el año 1790. Hay un factor que se ve determinante para esta situación, y es la proliferación de los conventos, que se situaban en las áreas de expansión urbana, iban rellenando así la amplia malla de los distritos parroquiales, dando así servicio religioso y adquiriendo, pues, unos importantes recursos económicos que deberían ir para las parroquias. Los conventos se convirtieron en competencia para las parroquias, algo que incluso fue tratado en los Concilios bajo-medievales, hablamos entonces de una “pugna parroquias-conventos”. En 1759 en Madrid había 42 conventos masculinos, y 29 femeninos, pero fueron en aumento vertiginoso ocupando los amplios espacios libres de los distritos parroquiales, siguieron los ejes de la expansión urbana. La gran mayoría en los distritos de las parroquias mayores, las cuatro antes citadas, solo en San Martín había 20 conventos. Los conventos atraían los donativos, y eran recursos que no tomaban las parroquias, esto incluso podía ser una competencia de los derechos parroquiales, sobre todo por las sepulturas, dado que era muy atractivo obtener sepultura en un convento, era algo bien visto por las altas élites sociales. Las parroquias pronto vieron la competencia y empezó la queja. El cardenal-Infante en 1647 dispuso un arancel de 46 reales por cada persona que no se enterrase en su correspondiente parroquia, era un intento de paliar la situación.
Pintura que representa a un grupo de sacerdotes jesuitas en el siglo XVIII.
Para seguir hablando de los problemas estructurales de la Iglesia tenemos que tratar al propio clero, y como ejemplo, el madrileño. Era muy abundante en el siglo XVIII, según el Catastro había unos 4.657 clérigos, de los cuales el clero regular era de 3.333 clérigos. El clero parroquial estaba compuesto por el 16% de los clérigos, masculinos solo el 5%. El resto del clero se dedicaba a funciones en colegios, hospitales, capellanías… a estas labores se ocupaba el 65% del clero secular. Las órdenes mendicantes estaban formadas por el 63% de los frailes, y el 80% de las monjas. Vemos como el clero parroquial era el menos visible, en 1767 sólo el 4% del clero era parroquial, lo que creaba una situación de desequilibrio en la organización del clero. Esta tendencia de los regulares fue normal durante todo el siglo. En 1802 se ve como este clero se ha diezmado bastante. En cuanto a la distribución espacial, según el Catastro de Floridablanca, el clero regular solía encontrarse en la periferia urbana, sin embargo, la presencia del secular era la más importante en el centro urbano. Los cuarteles de Plaza Mayor y Palacio Real conformaban el 34% de todo el clero secular madrileño. Hemos de hablar también del denominado clero flotante es decir, ese que venía a la capital buscando el anonimato o prebendas. Era un clero que era objeto de muchas críticas Era también el clero más bajo, y muchas veces tenían que acudir a la asistencia social del Hospital de San Pedro. En 1764 se contabilizaron unos 602 clérigos en este hospital.
Los recursos de la Iglesia madrileña son un asunto muy importante, pues obtenían el 8% de todas las rentas de Madrid. El 80% netas, sobre todo por censos, derechos señoriales y alquileres, el diezmo era un tributo de segunda clase. El crédito era su ganancia principal. Era importante también el número de memorias y fundaciones piadosas que la Iglesia administraba en el siglo XVIII, pues eran fundamentales para la relación que tenía la institución con las clases populares. El origen de la mayoría de las propiedades de la Iglesia estaban vinculadas a estas instituciones religiosas. Pero el gran negocio del siglo XVIII era sin duda el negocio de la muerte, pues de ahí sacaba la Iglesia unos ingresos enormes. En 1779 el 56,4% de los ingresos de la parroquia de San Martín procedía de entierros y lutos, y otro 5,5% provenía de las memorias, es decir, más del 60% de los ingresos procedían del negocio de la muerte. La economía de la Iglesia madrileña sustentaba sus ingresos sobre los comportamientos religiosos, no sobre la gran propiedad. Además, los ingresos parroquiales directos no llegaban al 10% de los ingresos de la Iglesia, aunque eran importantes dado que los parroquias intervenían de una forma fundamental en los alquileres generados por alquileres, sisas, memorias o capellanías. La Iglesia madrileña era especialmente rica, es por ello que los ilustrados la tuvieran siempre en el punto de mira.
La política carolina buscaba el reforzamiento del poder de la corona frente al resto de los poderes, entre ellos, la Iglesia. Aunque se tomaron muchas medidas se puede ver como no remediaban el mal a combatir, sino que parece que el objetivo real del estado era el del control e instrumentalización de la Iglesia, que el querer transformarla y modernizarla. Los tres tipos de males que se querían combatir eran los siguientes: la defensa de las atribuciones regias, la reforma de los eclesiásticos, y la reforma de las manifestaciones de la piedad barroca. El primero de ellos fue el querer demostrar que la Corona era la que verdaderamente poseía el poder en España, y que la Iglesia era solo una institución bajo su mandato, en esta línea situamos los problemas con la inquisición y el “estado dentro del estado” que formaban los jesuitas, y con ello se produjo la expulsión de los jesuitas de los territorios de la corona hispánica, “dicen que no son mis vasallos, sino de su general y el Papa, pues allá se los mando”[2]. La inquisición salió debilitada de los enfrentamientos con la Corona, y se le recortó las atribuciones jurídicas. Además Carlos III logró tener al episcopado bastante sumiso a sus exigencias, es lo que llaman el “episcopalismo ilustrado”. Aunque se tomaron muchas medidas para la Iglesia, la más importante no se tomó que era la desamortización de los bienes eclesiásticos. La desamortización se iniciaría con su hijo Carlos IV, y muy tímidamente. Otro aspecto que se tocó poco fue la transformación de la estructura de la Iglesia, no hubo ningún cambio, por ejemplo, en la estructura parroquial. La única novedad en ese aspecto fue la consolidación de la parroquia de Palacio, pero esto no resolvió el problema de los derechos parroquiales. Eso se solucionó un poco gracias al Breve de Pío VI. En cuanto al bajo y medio clero, el sistema de termas ayudó a mejorar su calidad de vida. Se trató de evitar el aumento de un clero sin oficio ni beneficio dando normas sobre la ordenación de menores y tratando de exigirles una conducta de acuerdo a su situación clerical. Aunque la situación del bajo y medio clero no mejoró demasiado aún con decretos como el plan beneficial de 1777. Carlos III además dispuso que todos los eclesiásticos que no tuvieran destino u ocupación en Madrid debían abandonarla y volver a sus diócesis en un plazo de 8 días. Pero el que más criticas recibió por parte de los ilustrados fue el clero regular, el cual tenían para ellos una imagen ominosa, pero sobre todo por la gran influencia que este clero ejercía sobre el pueblo llano, además de por su situación irregular. La política de Carlos III quiso reducir el número de este clero y su influjo a la reforma de la vida y costumbres, aunque el resultado fue mas bien escaso.
Para finalizar hablar del plan de Carlos III de reducir las manifestaciones de la piedad barroca que ya era excesiva y era objeto de muchos gastos suntuarios y banales. Los milagros, las enormes procesiones y gastos excesivos en imaginería, la teatralidad barroca, lo maravilloso, todo era digno de reforma para los ilustrados. En 1765 se prohibieron las representaciones de los autos sacramentales y de las comedias de santos. El control del teatro fue una batalla entre el estado y la Iglesia, se trataba en definitiva de privar a los sectores populares de un medio de expresión del que se habían apoderado. El teatro debía ser un instrumento de pedagogía popular según los ilustrados. El resultado fue que el teatro quedó apartado de la vida popular y se convirtió en un entretenimiento solo asequible a las altas cúpulas sociales. El caso de las procesiones se había convertido ya en una tradición de excesos. Había demasiadas y muchas de ellas se distanciaban de lo estrictamente religioso. Todos los años la sala de Alcaldes emitían bandos prohibiendo todo aquello que no tenía nada que ver con la espiritualidad propiamente dicha, y en 1759 el arzobispo de Toledo prohibió las procesiones en la Villa de Madrid, y solo permitió aquellas que más peso tradicional tenían. Especialmente se prohibieron aquellas que se celebraban de madrugada y que eran foco de borrachos y de altercados. Además los ilustrados criticaban el derroche de dinero en esas manifestaciones excesivas y el enorme tiempo de trabajo invertido en ellas, trabajo que no era con un fin productivo. En un decreto de 1777 se prohibieron las procesiones nocturnas, y bailar delante de las imágenes, en los atrios de las iglesias o en los cementerios, así como trabajar en los días de fiesta. El problema es que estas manifestaciones religiosas habían adquirido un gran arraigo social. El tema de las cofradías lo deja bien claro. Habían crecido por toda España, y las había de todos los tipos y advocaciones. En 1783 se firmó una Real Cédula para controlarlas y racionalizar su situación y acabar con el despilfarro. Dinero y tiempo de trabajo otra ves perdido en estas prácticas improductivas. Con este decreto era el estado quien daba autorización a la creación de nuevas cofradías. Pero el intento de cortar estas prácticas desmesuradas y esperpénticas ya venía del siglo XVII, un ejemplo era la regularización de los Vía Crucis, y el prohibir ir con cadenas o calaveras. Aunque si analizamos todo detenidamente vemos como las reformas no hicieron frente a los problemas más graves. La política ilustrada fue victima de sus propias contradicciones pues quería reformas a una Iglesia que el propio estado necesitaba para el control social. La transformó temporalmente y muy parcialmente. Las crisis posteriores dejarían claro que las medidas no fueron efectivas.
BIBLIOGRAFÍA:
PINTO CRESPO, V. “Una reforma desde arriba: Iglesia y religiosidad” en Equipo Madrid, Carlos III, Madrid, y la Ilustración. Madrid: Siglo XXI, 1988, págs.. 155-188.
FERNANDEZ, R. Carlos III, Arlanza editorial, Madrid, 2001.
[1] Relativo al pensador francés del siglo XVIII, Voltaire, quien pensaba que la Iglesia era una institución que propugnaba la intolerancia y la injusticia social.
[2] FERNANDEZ, R. Carlos III, Arlanza editorial, Madrid, 2001.
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Documental sobre la España de Carlos III: El contexto de este artículo.
ARTÍCULO REALIZADO POR:
Héctor Linares González. Director del Blog. Graduado en Historia: especialidad de Historia Moderna de España por la Universidad Autónoma de Madrid. Investigador becario asociado el Instituto Nacional de Historia del CSIC. Acreditado como investigador por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
De todos los ambientes en los que se hizo presente la colonización griega, la Península Itálica y la isla de Sicilia fueron los más destacados, los de mayor peso en la historia griega; incluso llegaron a rivalizar por motivos de riqueza y desarrollo político, intelectuales y culturales. El motivo de implantación de ciudades en estos lugares son indudablemente los intereses agrícolas, aunque también hay que tener en cuenta la viabilidad que facilita los contactos con los indígenas del interior. Además las colonias eligen lugares próximos a la costa con buena salida al mar. La primera fundación de la que tenemos noticia en este ambiente, Pitecusa, es anterior a la mitad del siglo VIII. A lo largo del siglo VII irán surgiendo nuevas ciudades, bien fundadas desde metrópolis egeas, bien en forma de subcolonias de colonias anteriormente fundadas en Sicilia o en el sur de Italia, este proceso concluirá en siglo VI. Todo ello dará lugar a un frente costero netamente helénico. (Domínguez Monedero, A.J., 1991, p. 120).
Agrigento, conocida en la antigüedad como Acragas, era una de las colonias pertenecientes a la «segunda colonización» puesto que fue fundada por una colonia griega que anteriormente había sido fundada por griegos en Sicilia, Gela. Si la fundación de Gela se situaba hacia el 690 a.C., la de Agrigento puede tener lugar hacia el 582, fecha completamente confirmada en la actualidad gracias a los hallazgos arqueológicos (Domínguez Monedero, A.J., 1989, p. 425). La evidencia material más antigua procedente de este lugar data del 600-575 a.C. (Domínguez Monedero, A.J., 199, p. 18). Rechazando la hipótesis que defendían algunos investigadores de una fase precolonial (Domínguez Monedero, A.J., 1989, p. 425). La fecha de fundación también coincide con la que aporta Tucidides (6.4.5) quien sitúa su fundación en el 580 a.C. (Tsetskhladze, ed., 2006, pp. 306-307).
«Unos ciento ocho años después de su fundación, los gelenses fundaron agrigento, tomando el nombre de la ciudad del río Agrigento, confiriendo el honor de fundadores a Aristonoo y Pistilo y dándole la constitución de Gela»
Tucidides (6.4.5.)
En el caso de Agrigento existen dos fundadores, okistes, interpretados como los jefes de los dos grupos que toman parte en la fundación. Bérnard opina que a los geleneses que fundaron Agrigento les llegaron refuerzos de las dos metrópolis: Rodas y Creta. Más correcta es la argumentación de De Waele, quien opina que los colonos procedían de Gela y de Rodas e islas adyacentes (De Weale, 1957, pp. 236-237). Asheri concreta más y afirma que los rodios procedían de Camiros y no de Lindos. Más probable es la opinión de Merante para quien el componente rodio que interviene en la fundación de Agrigento sería el mismo que parte bajo las órdenes del cnidio Pentatlo o que, tras desembarcar en Sicilia, toma su propio camino en dirección a Gela y, desde allí, a Agrigento (Merante, 1967, pp. 102-103). En cualquier caso, la existencia de tribus dorias y su intervención en la administración de la ciudad no parecen causar dudas (Domínguez Monedero, A. J., 1989, p. 426). Braccesi resume toda la problemática en dos tipos de teorías principales: o bien se trata de una colonia rodio-gelense, o bien es una colonia gelense, en la que existe una doble mezcla étnica rodio-cretense (Breccesi, 1988, pp. 4-5).
Según Polibio (IX, 27, 1) la ciudad se sitúa 18 estadios del mar (aproximadamente unos 3 kilómetros), en el borde de la dorsal rocosa que delimita una fértil llanura costera, y está circundada por el río Agrigento del que toma su nombre, y el río Hypsas. Según Bérard su expansión se debe porque los gerenses quisieron asegurarse una zona de expansión hacia el oeste, ya que los siracusanos los habían impedido la expansión hacia el este. La fundación a 60 km. pudo tener como finalidad de alegar de ésta a algún contingente recién llegado de Camiros, pero sin desaprovechar la ocasión de poder contar un excelente emplazamiento (De Miro, 1962, pp. 123-133). Graham denomina a esta situación «Rhodian connection», pero Domínguez Monedero no se muestra muy de acuerdo con esta tesis (Domínguez Monedero, A.J., 1980, p. 427). Es probable que este presunto intento hegemónico de Gela sobre su recién creada colonia resultase un fracaso; la prueba sería la ocupación del poder por el tirano Fálaris (570-554 a.C.), ya que parece que procedía de Astipalea. (Domínguez Monedero, A.J., 1989, 428).
Creció rápidamente y en el 570 a.C., con la tiranía de Fálaris, se convirtió en una ciudad muy poderosa. Sin embargo, éste, al igual que otros muchos tiranos, no tendría un buen final pues fue derrocado en una revuelta popular y lo mataron. No obstante, la toma de poder por Fálaris, considerado como el iniciador de la expansión acragantina, permite suponer que contaba con partidarios dentro de la ciudad, probablemente el elemento dórico egeo, frente a los colonos gelenses, todo ello dentro de un contexto más amplio de enfrentamiento entre la nueva aristocracia de la colonia y los elementos del demos (Braccesi, 1988, p. 8). Según De Miro (1956, 263-264), la tiranía tuvo una importante influencia religiosa habiendo una dicotomía entre la aristocracia, afecta a los cultos olímpicos y el resto de individuos entre los que se hallaría el elemento local absorbido de la zona. Lo cierto es que la política de Fálaris seguirá su propio camino, independiente y quizá distinta en su plasmación, de la política de la metrópolis gelense (Domínguez Monedero, A.J, 1989, p. 428). Braccesi, en cambio, no cree en la existencia de una conflictividad social, e interpreta el ascenso de Fálaris a partir del carácter mixto de Agrigento, con presencia de gelenses y rodios o gelenses y rodio-cretenses (Braccesi, 1988, pp.5-7).
En cuanto a la descripción de la ciudad la más próxima es la que aporta Polibio (IX, 27, 2-8), las cuales se han comprobado gracias a las últimas excavaciones y a la fotografía aérea. Destaca de ella principalmente su seguridad debido a las grandes defensas naturales y la muralla construida con la que contaba. Como ya se ha señalado anteriormente también tenía buenos recursos de agua puesto que estaba bañada por dos ríos. También Polibio señala un elemento esencial en las polies del momento, la acrópolis la cual está situada en una prominencia al que sólo se tenía acceso desde el interior de la ciudad, allí se encontraban el templo de Atenea y Zeus Atabirio (como podemos ver en el texto comentado). Toda ella formada por un trazado ortogonal propio de los primeros momentos (siglo VI). Las necrópolis estaban orientadas en torno a los grandes ejes de comunicación del territorio, uno de las características de estas son los hallazgos de tumbas de animales, sobre todo caballos. La mayoría de las tumbas son simples fosas rectangulares talladas en la roca y el ajuar suele hallarse en el interior del sepulcro, son más abundantes en las tumbas infantiles y femeninas (Domínguez Monedero, 1989, p. 429). Marconi (1929, pp. 101-102) muestra su carácter mixto, pues se han encontrado tanto inhumación como incineración. Han sido varias las necrópolis excavadas diferenciando distintos niveles, características y modelos de las mismas.
En cuanto a los templos, otro aspecto fundamental y típico de las ciudades griegas. Sobresale el estudio realizado por De Waele sobre los templos y los cultos acragantinos. El culto más característicos es el culto a Deméter y Core, que probablemente, era semejante al de Gela y al de Siracusa, donde fue introducido por los Dinoménidas. Se desarrollan en el llamado «Santuario de las Divinidades Ctónicas, en el templo de Deméter de S. Biagio y en el Tesmoforio de S. Anna (Domínguez Monedero, 1989, p. 435). El estudio de estos templos ha permitido conocer que los contactos greco-indígenas en Agrigento comenzaron en el primer cuarto del siglo VI a.C. y también, gracias al estudio de los mismos, hemos podido conocer la mezcla de materiales sículos y griegos. Con el paso del tiempo se aprecia la mayor presencia griega y la construcción de los primeros edificios griegos fuertemente influidos por Gela (Marconi, 1933, p. 106). Junto a estos han aparecido objetos, por ejemplo recipientes de bronce, que también parecen tener una tradición indígena.
En cuanto a la expansión agracantina alguno autores como Maddoli han subrayado el periodo de dificultad que atravesaba Agrigento, ven en el expansionismo la necesidad de controlar al turbulento elemento sicano, así como de abarcar también la costa tirrénica para frenar el avance cartaginés hacia el este (Maddoli, 1980, p.14). Se conoce la existencia de dos phouria limítrofes con el territorio gelense, uno en Ecnomo y otro, Pahalrion, quizá en Monte Desusino. La conquista de Cámico por Fálaris también es probable, así como la ciudad sicana de Ouessa. Según De Miro, la política exterior acragantina bajo Fálaris se caracterizaría por una primera afirmación al este, hacia el Salso con una clara intención de alcanzar la costa tirrénica; por último, se interesó por las zonas occidentales, impedidas por Selinunte. Todo esto tuvo un interés económico que en las regiones internas estaba determinado por el azufre y la sal. El testimonio arqueológico sobre la expansión acragantina bajo el mandato de Fálaris también parece ser evidente (Domínguez Monedero, A.J., 1989, p. 443-444), todo esto es recogido por Miro quien ha sistematizado en un trabajo los principales momentos de la expansión acragantina bajo Fálaris.
Los 70 años posteriores a la tiranía de Fálaris apenas se conocen, pero si cabe destacar otro personaje, Terón quien gobernó la ciudad hacia el 488 a.C., quien se alió con Gelón de Siracusa y expulsó a Terilo de Hímera anexionando sus dominios. La ciudad se engrandeció después de la invasión cartaginesa del 480 a.C. Terón fue sucedido por su hijo Trasideo que terminó siendo derrocado por los ciudadanos. La democracia llegó a Agrigento tras su mandato y duró hasta el 406 a.C. que se produjo la invasión Cartaginesa. En los años venideros Agrigento se vio envuelta en diferentes conflictos con distintas poleis, muchos de estos se vieron desencadenados por la dominación cartaginesa (Osborne, R., 1998, pp. 91-158).
La conclusión sobre la colonia de Agrigento no puede ser tan precisa como en otras ocasiones señala Domínguez Monedero (1989, pp. 469-473). Parece ser que su ocupación no fue difícil puesto que no hay señales de destrucción ni de profundas transformaciones. Lamentablemente, no se tienen muchos datos de cómo tiene lugar la integración del elemento indígena en la cultura griega, aunque el hecho es que se produce, tal vez ya en la propia Agrigento. Algunos autores son partidarios de que exista un rasgo de indigenismo que perdura tras la helenización del centro. Fundada tarde dentro de las colonias sicilotas y encerrada entre dos poderosas póleis: Gela y Selinunte, ambas en plena expansión territorial y crecimiento demográfico. La situación de Agrigento era muy difícil porque seguramente fue considerada por las autoridades de Gela como una simple prolongación de ella misma. En este sentido no extrañan las políticas, en especial la expansionista, llevada a cabo por Fálaris que no era oriundo de Gela. Se duda si este llegó o no a conquistar Camico y si esto se corresponde con S. Angelo Muxaro; lo cierto es que el área de S. Angelo Muxaro durante un tiempo mantiene relaciones de amistad con los acragantinos pero no desde una posición de sumisión. Las tradiciones que han llegado hasta nuestros días sobre Fálaris son bastante negativas, caracterizándolo como cruel, probablemente esto tenga un matiz político. Desde el siglo VI los intereses acragantinos están presentes en Castronuovo y que a principios del siglo V Terón se hace con el poder de Hímera que integra en la órbita acragantina, hecho del que se tiene constancia gracias a las monedas (Domínguez Monedero, 1989, p. 472).
A pesar de no poseer grandes datos acerca de Agrigento parece ser que existió una ocupación intensa de un rico territorio especialmente apto para la vid y el olivo; de una integración completa del elemento indígena dentro del cuerpo social lo que viene demostrado por la escasez de testimonios no helénico, así como la presencia dentro del propio territorio de centro S. Angelo Muxaro que fueron durante baste tiempo independientes. Son estos factores los que contribuyen a hacer de Agrigento una importante ciudad con una población en torno a los 20.000 habitantes, quizá la cifra que aporta Diodoro (XIII, 84, 3; XIII, 90, 3) de 200.000 habitantes sea demasiado elevada pero da idea de la magnitud que se atribuía a esta importante ciudad. Los cálculos de población siempre son complejos, pero si la intensidad de ocupación del territorio acragantino es tan grande como parece, la población total de la polis también debe serlo y gran parte de esta procedía del antiguo elemento indígena. Se cree que fue durante el mandato de Fálaris cuando se quiso llevar a cabo una política independiente de la de su vecina metrópolis y esto sólo sería posible mediante una serie de acuerdos y pactos con los indígenas que garantizasen beneficios para amabas partes. No hay por qué suponer una expansión bélica, incluso la propia debilidad de la recién fundada Agrigento lo desaconsejaría. Como consecuencia de este proceso se integran los elementos indígenas a la cultura acragantina. Cien años después de su fundación, Agriento se ha convertido, bajos los Emmenidas, en uno de los árbitros de la situación en toda la isla. La ocupación de Hímera por Terón y la dorización de la misma (Diod, XI, 49, 3- 4) quizá con elementos acragantinos sería un indicio más de la elevada población que alcanzó esta colonia en el siglo V. En cualquier caso, y a pesar de haberse incorporado con posterioridad a la carrera expansiva que sus poleis vecinas Agrigento consigue su propio y territorio importante. La colonia supo actuar con tacto, creándose vínculos motivados por el interés común y mucho más fuertes y duraderos que los creados por una simple victoria militar (Domínguez Monedero, 1989, p. 473).
Posteriormente, de forma muy breve, se intentarán aportar las pautas más características de la moneda acragantina durante la época griega, mostrando su evolución y principales temas iconográficos todo ello ilustrado con dracmas del periodo que se está estudiando. No se debe olvidar la fuente de información tan importante que es la numismática para la historia, no sólo nos muestra los temas, cultos, símbolos o creencias de determinados lugares y momentos. También nos aporta gran cantidad de datos de forma indirecta, puesto que la moneda, en muchas ocasiones fue utilizada como símbolo de poder y prestigio no sólo para la ciudad sino también para el gobierno del momento. Cuanto mejor es la moneda de un determinado lugar, mayor será su esplendor y eso se refleja en el exterior. En el caso de Agrigento nos permite percibir el gran esplendor que logró alcanzar la polis conforme fue avanzando el tiempo, llegando a realizar unas de las representaciones mejor logradas del mundo griego.
La adopción de la idea clásica de una moneda de dos caras, pudo ser contemporánea en Sicilia y en Atenas. Hacia finales del siglo VI, se incorporan ciudades dorias como por ejemplo Akragas (Agrigento) y Siracusa, dos de las más importantes. La larga serie de decadracmas de Akragas, de patrón ático, introduce los tipos de águila y el cangrejo, que persistirán durante un siglo. El águila es el pájaro de Zeus y dueño de los aires; el cangrejo simboliza los elementos acuáticos del río y orillas del mar. Este último sirve como representación de la propia ciudad de Akragas (Herrero Albiñana, C., 1994, p. 136).
La moneda de Agrigento llegará a convertirse en una de las más destacadas del mundo griego. En los diferentes dracmas conservados se puede apreciar una evolución muy importante en las mismas, en tan sólo un siglo logran realizar monedas de gran calidad aunque siguen siendo fieles a sus representaciones iconográficas iniciales. Todo esto se aprecia perfectamente en las dos imágenes mostradas a continuación. Agrigento, antes de su destrucción por los cartagineses en el 406 a.C., emite una serie muy especial de decadracmas con las representaciones más logradas del arte monetal griego. En ellas, al igual que la imagen inferior, se puede distinguir en el anverso dos águilas volando que hieren a una liebre, un tema alusivo a los versos del coro de Agamenón, de Esquilo. En el reverso una cuadriga al galope sobre la que vuela encima un águila que sostiene una serpiente entre sus garras; debajo de los caballos aparece un cangrejo como símbolo de la ciudad (Herrero Albiñana, C., 1994, p. 148). Como podemos ver los elementos más característicos, como son el águila y el cangrejo, se mantienen en ambos periodos.
Los tres tipos de monedas de la antigua Grecia.
Figura 1: Moneda Akragas, Sicilia (500-450 a.C.)
Se trata de una de las primeras monedas acragantinas, 8.49 gr. [http://www.wildwinds.com/coins/greece/sicily/akragas/i.html, (Consultada el 03 de abril del 2014)]. En el anverso percibimos el águila característica con sus alas cerradas y también se puede leer «AK-RA». En el reverso, el otro símbolo típico, el cangrejo realizado de una forma bastante arcaica, nada que ver con las representaciones de épocas posteriores.
Monedas de Agrigento.
Figura 2: Moneda de Akragas, Sicilia (414-413 a.C.)
En este ejemplo ilustra la evolución de la moneda acragantina (17’25 gm.) [http://www.wildwinds.com/coins/greece/sicily/akragas/BMC_61.txt, (Consultada el 03 de abril del 2014)], desde las representaciones arcaicas anteriores realizadas de un modo tosco hasta llegar a un mayor perfeccionamiento, como se aprecia en la imagen, aunque manteniendo los mismos temas iconográficos. En el anverso se vuelve a hacer alusión al águila, en este caso son dos águilas. Uno de estos águilas tiene la cabeza vuelta hacia arriba y el otro vuelta hacia el cuerpo muerto de la liebre que se encuentra entre sus patas. Representa el momento en el que el águila bate sus alas y con el pico abierto de par en par caza a su presa. Al rededor de esta escena una A, R y G de Akragas. En el reverso se puede leer «AKRA-G-A-NTIN», como tema iconográfico el cangrejo, visto desde arriba. Debajo de este la escila (monstruo con torso de mujer y cola de pez con seis perros que parten de su cintura con dos patas cada uno) con su brazo protege sus ojos del sol, su pelo es sacudido por el viento. Todo ello crea una relativa sensación de movimiento. Elaborado con una ejecución perfecta y gran detalle, uno de los ejemplares mejor conservados.
En el último decenio del siglo V a.C., los cartagineses en lucha contra Siracusa, acuñan posiblemente valiéndose de los incisores griegos, sus primeras emisiones, llamadas corrientemente «siculo-púnicas», llevando los tipos alusivos en parte imitados de las acuñaciones siracusianas y en parte propiamente originales (Herrero Albiñana, C., 1994, p. 148). Como se puede apreciar la moneda es el símbolo de la polis y también es un modo de independencia, de identidad respecto al resto. Todo un objeto esencial en el estudio histórico.
A continuación como complemento de información sobre la colonia griega hemos seleccionado el siguiente texto:
Agrigento se diferencia de la mayor parte de las otras ciudades no sólo por lo antedicho, sino también por sus fortificaciones y, principalmente, por la belleza de sus edificios. Está construida a dieciocho estadios del mar, de manera que no carece de ninguna utilidad de las que éste ofrece. Su perímetro es excepcionalmente seguro, tanto debido a la naturaleza como a defensas artificiales. Su muralla se levanta sobre una cadena rocosa, alta y abrupta, la cual a trechos es natural y a trechos construida. La ciudad, además, está rodeada por ríos. Por el sur fluye uno que se llama igual que la ciudad: por el Este y el Sudoeste otro llamado Hipsias. La Acrópolis de la ciudad está situada en una prominencia, rodeada por un abismo impracticable; sólo tiene un acceso interior desde la ciudad. En su cumbre están situados el templo de Atenea y el de Zeus Atabirio, que es el que tienen todos los rodios. Agrigento es fundación rodia y es lógico que el dios tenga allí el mismo epíteto que tiene entre los rodios. Por lo demás, la ciudad está adornada magníficamente con templos y pórticos. El templo de Zeus Olímpico está inacabado; por sus planos y su extensión, quizás supere todos los templos de Grecia.
Polibio (IX. 27. 2-12).
Traducción y notas: Balasch Recort, M. (1981, pp. 326-327).
El texto seleccionado fue escrito por Polibio (200-118 a.C.), historiador griego, considerado uno de los más importantes debido a que es el primero que escribe una historia universal con el objetivo de explicar cómo los romanos lograron poner su hegemonía en todo el Mediterráneo; además algunos autores retoman sus escritos en cuanto a la Teoría de la Historia. Sin embargo, en este caso nos interesa por la descripción que en estas pocas líneas realiza sobre Agrigento. Lo primero que hemos de tener en cuenta es el desfase cronológico existente entre el momento en el que vive el autor y los acontecimientos que narra, ya que son bastante anteriores a su época por lo tanto se deben de consultar con cierto escepticismo.
Hay otros textos mucho más interesantes que el seleccionado, por ejemplo los de Diodoro de Sicilia (XIII, 82-85) que narran la conquista de Agrigento por los Cartagineses y la resistencia que estos ejercen. Sin embargo, son textos que narran hechos bastante posteriores a la fundación de la colonia por lo que no eran de relevancia muy destacada para el periodo concreto que estamos analizando. Por ese motivo, se ha elegido este texto pues describe la ciudad en los años posteriores a su fundación, siendo utilizado por Domínguez Monedero, entre otros, para sus estudios sobre las colonias griegas.
Adentrándonos en el comentario del texto propiamente, se deben resaltar diferentes cuestiones. Aunque en apariencia es un simple texto descriptivo si se realiza una lectura detenida y detallada del mismo, comparándolo con otros estudios de los anteriormente comentados, se puede extraer una información muy importante. En primer lugar muestra la polis de Acragas como un lugar bello, cuyos edificios son destacados e importante. Lo que nos muestra la primera evidencia de que esta colonia fue adquiriendo importancia conforme avanzó el tiempo. Dos elementos esenciales dentro de las ciudades griegas son la Acrópolis y los templos, en este caso, según narra Polibio y gracias a otra serie de estudios se ha podido comprobar que eran de gran belleza. Probablemente Polibio describa un momento en el que la ciudad ya ha alcanzado cierto protagonismo y posiblemente se refiera a la época helenística ya que describe una ciudad adornada con pórticos, característica típica del helenismo, momento en el que se comienzan a rodear el ágora de pórticos (Línea 14). En cualquier caso, la importancia y la belleza de los edificios es el reflejo perfecto de la majestuosidad de la colonia. Es probable que Polibio exagere respecto al tamaño de los templos (Líneas 15-16), porque aunque Acragas fuera una colonia destacada no llegaría a semejante importancia como para tener los templos más grandes del mundo griego. El conjunto monumental de la ciudad también fue descrito por otros autores como Píndaro quien se refirió a ella como «la más hermosa de las ciudades mortales».
El templo es el otro edificio que no se echa en falta en ninguna ciudad griega. En Agrigento se encuentra un conjunto de templos, todos ellos dóricos, de elevada importancia. En este caso, Polibio nos remarca la importancia del Templo de Atenea y el de Zeus Ataribio. En relación con este último cabe señalar la interrelación que establece Polibio con este templo y los rodios. Pues Zeus Ataribio era el dios de los rodios por lo que vincula a estos mismos con la fundación de Acragas. Sin embargo, otros autores contradicen este hecho y apuestan por una fundación gelense. Como ya se mostró con anterioridad, el tema de la fundación es bastante complejo pero hoy en día suele establecerse como fundador Gela. En cualquier caso, los datos no son distantes puesto que Gela fue fundada por Rodianos, así que el carácter primitivo de estas fundaciones no se perdió en unos pocos años. Lo que si aporta a Acragas un carácter particular es el elemento indígena que está presente en la polis.
Otra información que se extrae de todo esto, también mencionada por otros autores, es la importancia del agua, tanto del mar como de los ríos. El mar fue un elemento fundamental de comunicación entre los griegos y a través del cual se entablaron unas redes comerciales muy extensas y eficientes. Por lo que los griegos no dudaron en fundar la mayoría de sus colonias con una salida al mar fácil, Agrigento es ejemplo de ellos. De nuevo se hace referencia a los dos ríos que bañan la ciudad y al igual que Tucidides (6.4.5.) señala que uno de los ríos fue el que dio nombre a la colonia.
Por último mostrar la importancia del carácter defensivo de la ciudad en el que Polibio hace especial hincapié. Tanto el Acrópolis está situado sobre un promontorio al que solo se tiene acceso desde el interior de la ciudad como las murallas (tanto artificiales como naturales) hace que Acragas sea un lugar seguro. Pero detrás de todo ello se encuentra un interés encarecido de protección de la misma, lo que evidencia las amenazas o los riesgos de ataque que sufría la ciudad, era un momento de inestabilidad. Dichas amenazas pudieron estar causadas por varios grupos, desde los indígenas, algo que aparenta ser poco probable puesto que todo apunta a que se mezclaron perfectamente con los colonizadores; hasta las propias colonias griegas. Es obvio que los sistemas defensivos fueron promovidos a causa de los intereses expansionistas de las colonias griegas vecinas, como se ha señalado en el punto 1 el momento de fundación de Acragas coincidió con el expansionismo de otras colonias próximas, lo que hizo que Agrigento tuviera que defenderse y buscar otros medios de expansión. Tampoco hemos de olvidar la gran invasión Cartaginesa que sufrirá la polis en los años venideros.
Mapa actual de Agrigento
La imagen superior sirve de completo a toda la descripción anterior (Domínguez Monedero, A.J. (1989). Todos estos datos son narrados bastantes años después del momento que describen pero en cualquier caso no debemos dudar de su veracidad, pues muchos de estos han sido corroborados con descubrimientos arqueológicos que no dejan poner en tela de juicio la importancia de la colonia. El texto es el reflejo perfecto de cómo una fundación colonial tardía alcanzó gran esplendor y llegó a convertirse en una de las ciudades más emblemáticas, además, como se ha podido comprobar, el texto resume perfectamente todos los estudios analizados anteriormente sobre Agrigento.
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Documental acerca de la Colonización griega y la Magna Grecia.
ARTÍCULO REALIZADO POR:
Ana de la Asunción Criado. Vice-directora del Blog.
Parlamentarios ingleses de la Cámara de los Lores. The House of Commons. England. Seventeenth century.
El Dr. Antonio Domínguez incide de una forma bastante notoria en el hecho de la incorporación de un determinado personaje al estamento nobiliario, y los cauces que se podían tomar para conseguir dicho fin. Según el autor, resultaba bastante fácil entrar en la hidalguía si se tenían contactos en el Concejo o en otras corporaciones locales. Explica como había formas de ser declarado hidalgo, y con ello, no ser pechero, o lo que significa, no pagar los impuestos reales. Primeramente, en los Concejos se realizaba el Padrón local, donde se producía una división entre pecheros y no pecheros, por dos razones: Fiscales y Sociales. No se podían juntar los pecheros con la nobleza porque no estaban en el mismo estamento social, y segundo, tampoco se podían unir estos dos cuerpos sociales pues uno tributaba y el otro estaba exento de ello por mercedes reales al cuerpo nobiliario.
Un elemento curioso era la demostración de la posesión de hidalguía. En 1593, Felipe II realizó una Real Cédula donde se ponían cortapisas a las nuevas concesiones de hidalguía por parte de las autoridades locales. Se ponían entonces, desde la Corona, las bases de las probanzas ( que eran los documentos y demás demostraciones que debían reunir los hidalgos para demostrar su pertenencia al estamento nobiliario) que debían presentar en el caso de querer acceder a dicho cuerpo social. Se querían revisar las solicitudes de hidalguía de los últimos 20 años en la proclamación de dicha Cédula, pues se vio que muchas de las aprobadas podrían ser irregulares, o aprobadas por los “malos modos”, y mucha razón tenía el Rey, pues era muy fácil pertenecer al estamento si se tenían buenos contactos en las corporaciones locales o si se había prosperado un poco económicamente.
“Los numerosos escándalos, cuestiones, perjurios, y sobornos, que con motivo de estas informaciones ocurrían, y aunque las pasiones particulares no pocas veces influyeran en el sentido de excluir a quienes tenían derecho, no cabe duda de que con más frecuencia influyeron en el de incluir a quienes no tenían derecho”
Federico II de Prusia «El grande». Cena con Voltaire.
Se dan muchos casos, pero se advierte como parte esencial que una de las mejores pruebas en los juicios para demostrar la pertenencia al estamento noble ( en Alcaldías, y Chancillerías) eran las declaraciones de los testigos. Muchas veces, por envidias o problemas con el Concejo o determinados vecinos de la localidad, se intentaba desprestigiar y quitar la hidalguía a una familia que siempre la había poseído, un ejemplo fue el de la Hidalguía de los Barrantes, cuyo juicio acabó 20 años después y con la consideración de Hidalguía por parte de los solicitantes, pero después de presentar la declaración de unos vecinos que afirmaban dicho discurso. Pocas veces se disponía, por parte de la familia de la hidalguía, de un documento real oficial que refrendase la condición de hidalguía. Las nóminas de conquistadores y repobladores, así como otros testimonios escritos, a veces tampoco estaban exentos de dudas, por lo que , en definitiva, el argumento esencial de la nobleza solía ser la posesión inmemorial, la exención de pechos y sisas, el desempeño de cargos, o la pertenencia a alguna cofradía de nobles; el vivir noblemente, y en definitiva, el haber sido reputado él y sus ascendientes como nobles. “ In commune reputatione et fama plerunque consistit”.
Las Chancillerías, que representaban a la Corona, y a la Real Hacienda, como norma general se oponía a las demandas de particulares para poder pertenecer a la hidalguía, pero en el siglo XVII, o al menos hasta este siglo, el muro era muy poco consistente, y demasiado quebradizo. Por eso, uno de los primeros cuidados de los Borbones, a partir de 1700, fue la de poner dificultades a la incorporación de nuevas familias a la hidalguía. En una Carta real, en 1703, a las Chancillerías, se decía que un Consejo o poder local no tendría ahora la competencia de nombrar a nadie, ni incluir en padrón alguno a una personaje, como hidalgo, sin antes tener el visto bueno del fiscal de la Chancillería.
Escena cortesana española. Carlos V Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y Líder de la Casa de Austria en Yuste.
Lo que llevaba a los plebeyos a querer estar en la hidalguía no era tanto los privilegios materiales, que los había, sino más bien el interés y deseo de un ascenso social, en la sociedad del antiguo régimen el valor individual no importaba, sino la colectividad, lo plural, no importaba el nombre, sino el apellido, importaba la familia, y el linaje, y la honra, y el ascenso social como método de llevar al triunfo las aspiraciones sociales. El principal motor de la aspiración a la hidalguía era el honor. La venta de las hidalguías, que intentaron hacer Fernando el católico, y Carlos I en 1518, en momentos siempre delicados de la Hacienda Real suponían un gran problema a largo plazo, pues cuando se accedía la hidalguía ya no se pechaba, y era dinero que no entraba en las arcas reales, era pan para hoy y hambre para mañana, por eso las Cortes siempre se oponían a la venta de las hidalguías. Felipe II también intentó la venta de las hidalguías, y le supuso un gran revuelo de las Cortes en 1592. Las Cortes opinaban que era perjudicial por dos motivos, uno porque accedía a las hidalguías gente que no era digna de ser noble, y eso a la nobleza le molestaba en exceso, dado que entraba gente en su estado que ensombrecía al propio estamento privilegiado, y segundo, molestaba a la plebe, que se sentía marginada porque los que tenían ingresos mayores si tenían opciones de prosperar y ellos no. Siempre las Cortes desaconsejaban la venta de hidalguías, pero los reyes intentaban en momentos tormentosos vender las hidalguías para conseguir algún aumento en las arcas reales. Felipe III lo hizo en 1622, un año después de subir al trono, y su hijo Felipe IV lo utilizó en varias ocasiones durante su reinado. Las Cortes de 1628 dieron a regañadientes consentimiento de vender las hidalguías, unas cien, a 4.000 ducados cada uno, tuvieron que pagarlas las mismas villas y ciudades de voto en Cortes a quienes se repartieron, ya no porque no hubiese quien quisiera comprarlas, sino porque las oligarquías municipales no quisieron contribuir a desacreditar más a la nobleza. Lo mismo sucedió en las Cortes de 1630 y 1632, consiguieron estas Reales Cédulas para que no se vendieran más. En 1636 se volvió a pensar en este medio como forma de financiación de la guerra, pero el Consejo de la Hacienda real lo desestimó como viable. En adelante a esa fecha solo se vendieron algunas hidalguías sueltas para atender a necesidades de la Cámara, de conventos o de personas a quienes el Rey quería favorecer. Desde la caída del Conde-Duque en 1643, la concesión de estas gracias aristocráticas que eran las hidalguías se convirtieron en hechos anecdóticos. Después de ese año las hidalguías se condecían poco y además, si se hacía eran con un valor muy por debajo del que había sido habitual en ellas. De hecho, lo normal eran los 4.000 ducados por cada una, pero llegaron a valer 7.000 y 8.000 ducados por hidalguía, pero el precio fue a la baja, como si el valor de la hidalguía fuera menguando con el tiempo y ya no pareciese atractiva su compra. En 1699, durante el reinado de Carlos II, salieron a la venta unas hidalguías por la irrisoria cantidad de 200 doblones. Aun así, durante el reinado de Felipe IV, fueron vendidas unas 102 hidalguías. Otros nobles, se reían de la forma “sucia” de la adquisición de nobleza, mediante pago, y reivindicaban la forma pura de la ascensión social, mediante la natural rama y vía de la guerra. Los verdaderos nobles, según decían, se forjan con las armas, y las numerosas guerras del siglo XVII permitieron a muchos llegar a poseer una hidalguía, de hecho, se podía conseguir una si se luchaba a caballo y se cubrían las costas del mismo personalmente.
La familia de Felipe V. Cuadro realizado por Michel Van Loo.
El problema del estamento nobiliario, a diferencia del clero, que tiene un órgano de dirección y representación, en el Vaticano, el estamento nobiliario tiene fronteras poco sólidas, una jerarquía no demasiado bien definida y no tiene dirección alguna. En el siglo XVII el marco normal de la asociación nobiliaria eran las llamadas Cofradías de Nobles. Eran un conjunto de individuos que tenían derecho a la mitad de los oficios, o en ciertos casos, a la totalidad de los mismos. Y fue el periodo de luchas para repartirse los puestos lo que hizo que se asociaran para repartirse los puestos de una forma pacífica y ordenada, se creaban normalmente dos bandos, donde se agrupaban los distintos linajes para el turno pacífico del poder. Un ejemplo son los Doce Linajes de Soria. La mayoría de estas solo servían para la celebración de fiestas y actos protocolarios para demostrar la grandiosidad de la nobleza. Eran como clubs de lujo al que solo podían acceder unos pocos, cuando la nobleza dejo de tener la necesidad imperiosa de demostrar su posición social, la mayoría de estas cofradías cayó en el más absoluto olvido.
Pero había más ventajas por el hecho de pertenecer al estamento nobiliario:
La Exención de tributos, muy disminuida durante el siglo XVII, cuando la monarquía abusó de los impuestos indirectos y con otros medios que la Corona utilizó para intentar hacer contribuir a los nobles en las arcas reales. Pero la exención de impuestos no era solo un privilegio económico, sino social, pues contribuía a crear esa barrera entre el pueblo y la nobleza.
Los beneficios jurídicos: No podían ser sometidos a tormento o tortura por parte de ningún tribunal, ni la Inquisición, a no ser que fuera un crimen de Lesa Majestad o casos atroces como conspiración real, un ejemplo fue la tortura del Duque de Híjar. No podían sufrir penas afrentosas como las de azotes o ser destinados a galeras. Si eran ejecutados tenían que ser mediante mecanismos en los que mantuvieran la honra, por ello no eran ahorcados sino decapitados. No podían ser encarcelados por deudas, a no ser que estas fueran por deudas a la Hacienda Real. Si iban a prisión tenían sus propias dependencias, jamás compartían espacios con los plebeyos. Pero casi nunca iban a prisión, sino que eran confinados en castillos, monasterios, o sus propias casas o ciudades. Jamás se les podía embargar sus armas, vestidos, caballos, lechos y casas. Si se les injuriaba estaba penado por ley. Tenían jueces especiales, que eran los Alcaldes de Hijosdalgo. En lo referente a las dotes, contratos y otros aspectos civiles, también les reconocían las leyes algunas preferencias. Además tenían el gran monopolio sobre los cargos públicos más deseados, y algunos se pasaban de generación en generación, y otros eran puestos a la venta solamente con opción a compra dentro de la nobleza. Además en los Municipios, la Mitad de los puestos públicos estaban reservados a la nobleza. Además los altos puestos de la administración del Estado estaban reservados a la nobleza.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
DOMINGUEZ ORTIZ ANTONIO. Las Clases Privilegiadas en el antiguo régimen.
FLORISTAN ALFREDO. Historia de España en la edad Moderna.
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Magnífico documental en francés acerca de la opulencia de la Corte versallesca en época de María Antonieta.
ARTÍCULO REALIZADO POR:
HECTOR LINARES GONZÁLEZ.
Director del Blog. Graduado en Historia: Especialidad de Historia Moderna de España. Investigador becario asociado al Instituto Nacional de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La revolución norteamericana y debates historiográficos.
Por
Ana de la Asunción Criado
Universidad Autónoma de Madrid
Trece Colonias inglesas de América del Norte.
Las razones para comprender la revolución americana son complejas. Por un lado, el siglo XVIII en América fue el siglo del triunfo del pensamiento racional, del amor al saber, de la Ilustración y también de la defensa de de valores éticos y emocionales procedentes de una cultura política británica y también estaba presente en la revolución francesa, española, y en las guerras de independencia latinoamericanas. Tanto el racionalismo como el republicanismo americano, basado en la sobriedad y el patriotismo se oponían al reforzamiento del sistema imperial emprendido por la metrópoli. Además, el triunfo británico, en la Guerra de los Siete Años, creó también desequilibrios. El coste del Imperio británico había ascendido mucho al incorporar Canadá y Florida, y la deuda de la Corona era inmensa[1]. En estas circunstancias culturales Carmen de la Guardia sitúa el periodo que será analizado desde diferentes corrientes historiográficas.
Los procesos revolucionarios durante este periodo no fueron únicos en norteamericana, como ya se ha comentado en el punto anterior, tuvo lugar una oleada sucesiva de revueltas que aconteció tanto en Europa como en América Latina. Aunque tuvieron causas, procesos y consecuencias diferentes, evidentemente no se puede dejar de lado que todas sucedieron en un corto periodo de tiempo; por lo tanto algo en común tendrían aunque únicamente fuera el traspaso de información entre unos pueblos y otros. Sin embargo, entre todas ellas, Fernando Purcell destaca cierta excepcionalidad en la revolución americana y sus consecuencias aún pueden percibirse en la actualidad. A partir de este problema surgen las diferentes corrientes historiográficas que Purcell desarrolla en su artículo «La revolución norteamericana y las tensiones interpretativas en su historiografía reciente». La primera diferencia que presenta es la evolución de la historiografía latina frente a la estadounidense. Mientras que la de Iberoamérica centra su objeto de estudio en la formación de las naciones, utilizando como referente las revoluciones de inicios del siglo XIX y centra sus debates en asuntos de patria, nación o ciudadanía.; la estadounidense centra su investigación en la construcción nacional, sin referencia a la revolución sucedida entre 1763 y 1789, también sus debates son diferentes pues se articulan en torno a vinculaciones históricas tanto internacionales como transnacionales como producto a su orden internacional tras la guerra fría[2]. Sin embargo, nuestro análisis se centrará únicamente en la historiografía norteamericana pues no se plantea de un modo homogéneo y a parte de los debates anteriormente señalados cabe mencionada otra postura radicalmente opuesta a la anterior que centra su estudio desde un punto de vista mucho más local y otorgando mayor protagonismo a la historia social. En las páginas venideras se tratará de explicar los diferentes planteamientos que exponen ambas corrientes y los autores más representativos de las mismas, para, de este modo, concluir con una posible interacción de ambas.
Familia Criolla de América
En primer lugar analizaremos la corriente que centra su ensayo desde un punto de vista local y regional; son defensores que la revolución se mantuvo gracias a pequeñas comunidades, grupos sociales y regiones. Sin embargo, lo primero que hay que tener en cuenta es el contexto histórico en el que se sitúa esta corriente. Como bien señala Purcell es típica de 1960 momento en el que se produce el auge de la lucha de derechos civiles, movimientos de mujeres y de inmigrantes. En definitiva, un momento en el que comienza a ejercerse un mayor énfasis desde el punto de vista social en múltiples aspectos como la política, la cultura, la sociedad…por tanto, no es de extrañar que las corrientes historiográficas contemporáneas siguieran estos mismos pasos. Pero además de todo esto no nos debemos de olvidar de otro aspecto fundamental pues en cuanto a las relaciones internacionales nos situamos en un periodo conocido como la Guerra Fría en el que las tensiones internacionales eran algo habitual en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, otro factor más que hace que no sea de extrañar la visión local de 1960 que se quiso dar a los procesos revolucionarios de Norteamérica.
Esta corriente defiende la enfatización de los conflictos, las diferencias sociales, las inequidades; haciendo mayor hincapié en cuestiones de clase, raza, género o religión. Todo ello se concibe como una nueva manera de entender la revuelta americana. Defensores de esta tesis son los siguientes autores. Sin duda, uno de los predominantes es Robert Gross con su obra The minutem and their world, donde examina las realidades que tuvieron lugar antes, durante y después de la revuelta en el pueblo agrario de Concord (Massachusetts), estableciendo como desencadenante de la misma la supresión por parte de la corona británica de la libertad de reunión en los Town Meetings, para este autor se levantan en armas en defensa de las tradiciones locales y para preservar la autonomía local. En segundo lugar, debemos resaltar a Sylvia Frey con Water from teh rock: black resistance in a revolutionary age (1990), donde realiza un análisis del sur esclavista denominándolo como una «guerra sobre la esclavitud», explica que al mismo tiempo que se produjeron las revueltas esclavistas del sur acontecieron las revoluciones, por lo que los estados estaban fundados sobre unos cimientos de esclavitud y libertad. En tercer y último lugar, cabe señalar una de las obras más recientes sobre siguiendo en la misma línea The republic in Print, Print culture in the age of U.S. Nation building 1770-1870 de Trish Loughran (2007). Dicha publicación se centra en la importancia de la cultura impresa norteamericana, para terminar concluyendo que esta imprenta a nivel local no tuvo ni unión ni comunión pues estaba ligada a la metrópoli[3].
Como bien resumen Purcell de todo esto se puede resumir que todos tienen en común la incorporación de distintas comunidades en la revolución por motivos dispares. La desconexión entre la esperiencia vivida y la toma de conciencia sumada a las motivaciones y consecuencias es lo que les lleva a los historiadores a cuestionar el carácter revolucionario; el cual parece ser que en el caso norteamericano tenía cierto carácter progresista. Pero claro, dentro de toda esta problemática y todos estos debates es necesario plantearnos qué entendemos por «revolución» uno de los conceptos más debatidos y utilizados, para algunos autores erróneamente, a lo largo de la historia. Término que lleva siendo discutido desde la época moderna, en el siglo XVIII en relación con el cambio y el progreso hacia un futuro nuevo o incluso en el renacimiento como «vuelta a lo original». Sin embargo, el verdadero cambio del significado que se adopta para este concepto llegó en 1789 con la Revolución Francesa cuando se aplicó en el lenguaje cotidiano para referirse a los enormes cambios y acontecimientos que estaban sucediendo en la Francia de la época. La mayoría de las veces estos cambios en el extranjero, y principalmente en España, se veían como un término que demostraba el pánico que se estaba viviendo con múltiples asesinatos e incluso que no solo desautorizaba al rey y a su familia sino que también terminaba con su vida[4]. La evolución de los significados de «revolución» puede apreciarse en las sucesivas ediciones de la RAE.
El carácter progresista mencionado con anterioridad algunos lo toman para señalar el carácter radical de la revolución. El mayor protagonista de esta vertiente es Goordon Wood quien realizó una visión general del proceso, una mirada nacional y homogeneizante del periodo contraponiendo las ideas de Joyce Appleby, Michel Zurchermay o Bárbara Smith quienes aportaban unas miradas fragmentarias para comprender el proceso. Todo ello fue fruto de una tensión que se incrementó en la década de 1990 porque surgen las corrientes que ubican la revolución en un contexto internacional[5].
Colonos puritanos ingleses del siglo XVII
El otro punto de vista historiográfico que hemos de tratar es el que centra sus análisis en perspectivas internacionales y transnacionales. Dicha corriente surge en 1990 por lo tanto es bastante posterior a la anterior y se desarrolla en un contexto histórico completamente distinto al mencionado anteriormente. Tanto los factores sociales, culturales como los políticos han cambiado hasta tal punto que se han llegado a convertir incluso en opuestos. La guerra fría mencionada con anterioridad ha desaparecido con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS. Al mismo tiempo comienza a crecer un nuevo fenómeno que se profundizará en épocas posteriores conocido como Globalización, las comunicaciones internacionales se hacen más sencillas y todo parece formar parte de este contexto global. En definitiva, si antes no nos extrañaba las condiciones en las que se desarrolló la historia de índole social y local, ahora tampoco ha de extrañarnos este nuevo contexto en base a una internacionalización de los fenómenos.
El carácter internacional derriba las nociones de excepcionalidad, la base de todo ello se encuentra en la predicación de John Winthrop quien «transformaba colonos ingleses puritanos en un pueblo elegido para habitar nuevas tierras, gracias a una sanción divina», algunos autores argumentan esto como el alma del periodo republicano. Otros autores complementarios de todo esto son Frederik Jackson Turner, Ian Tyrrel y Thomas Bender, estos dos últimos tienen el objetivo de mostrar que en la historia de Estados Unidos no hay excepcionalidad si no que basan su objeto de estudio en analizar, comparar y contrastar todo esto con otras historias evitando el aislacionismo desde el punto de vista histórico. En la actualidad según Purcell se trata de entender cada aspecto de la historia de Estados Unidos como necesariamente entrelazada con otras historias. Al igual que hemos hecho en el caso anterior también hay que referirse en este apartado a ciertos autores significativos y representantes de estos ideales. Entre ellos se encuentra Thomas Bender con su obra A Nation Among Nations, America’s Place In World History, donde añade un tercer punto a los establecidos por Carl Becker mostrando a la revolución dentro de grandes poderes mundiales como las disputas entre Inglaterra y Francia. Esta idea es complementada por Jack P. Greene quien se refiere a todo esto como el primer desmantelamiento de las estructuras imperiales. Dentro de las revoluciones norteamericanas el punto álgido de las mismas está ocupado por la Declaración de Independencia quien ha tenido una influencia importantísima en el contexto internacional, por ello, David Armitage establece que si se admite la internacionalización de esto es necesario reconocer como internacional el resto de la historia, a raíz de esto expresa «que surge un mundo como Estados Unidos de imperios multinacionales». Emerson también realiza una declaración similar diciendo que los «disparos en Concord fueron escuchados en todo el mundo». Por último mencionar a Tyrrel, quien analizó el periodo estadounidense entre XVIII y 1815, defendiendo que la república de Estados Unidos tiene unos vínculos con procesos transnacionales que son innegables[6].
Esta última corriente gana terreno en la producción histórica estadounidense pero plantea el problema de que parten de una inserción de Estados Unidos en el sistema internacional, obviando la disgregada y disímil realidad de la revolución. Este es el motivo por el que se producen tensiones con la corriente defensora de la historia social. Luis González plantea si sería posible alcanzar miradas complementarias a través de estas dos tendencias. Evidentemente, es importante situar la revolución en un contexto mundial, pero para ello no se debe dejar de lado el punto de vista nacional y tener en cuenta otras cuestiones como el movimiento de población, cultura, ideas… Otro de los problemas que se plantean es que los acontecimientos característicos del XVIII (formas de vida,, personas, ideas, nuevas formas de relación…) influyen en un escenario mundial pero conduzcan a procesos impropios de la época. Tampoco se puede establecer la existencia de una conciencia nacional anterior a 1789 que se zanja el problema constitucional. Además, las historias nacionales no son autosuficientes, no se sostienen por sí mismas, si no que cobran sentido con las historias de otros lugares del mundo[7].
Por tanto, la conclusión es que estas corrientes que surgieron, desde nuestra modesta opinión, en base a las tendencias típicas del momento (1960 y 1990) y ahora deben de abandonar sus principios e intentar unirse para realizar una historia mucho más completa y que ofrezca una visión global de los acontecimientos ocurridos. Ha de ser visto desde un punto de vista amplio pero obliga al reconocimiento de peculiaridades locales y regionales. Sería necesaria un balance entre ambas corrientes y la interacción de ambas, pero la dificultad se encuentra en que para ello es necesario integrar historia entre imperios y naciones. Por ello, Chris Bayly remite a una necesaria «flexibilidad de conceptos»[8].
Después de todo lo mencionad con anterioridad conviene hacer un último matiz respecto a la historiografía estadounidense, se trata de la novedosa historia atlántica, concepto que no todos aceptan y uno de los grandes debates de la historiografía actual estadounidense. Dos obras fundamentales en este aspecto son Soundings in Atlantic History: Latent Structures and Intellectual Currents de Bernard Bailyn y Patricia L. Denault y el publicado por Jack P. Greene y P. D. Morgan, Atlantic History. A Critical Appraisal. La Historia Atlántica se debatía entre aquellos que la concebían como una historia comparada y los historiadores que esgrimían que el interés radicaba en seguir los flujos comunes enarbolando un enfoque transnacional. Esta rama histórica no surgió hasta los años 70 del siglo XX. B. Bailyn la definió como «la historia que abraza la zona de interacción entre los pueblos de Europa occidental, África occidental y las Américas», en definitiva, trata de estudiar las conexiones, los intercambios y las transformaciones de las regiones limítrofes con este océano. Se desarrolló en el contexto de la Guerra Fría cuando la vida política occidental se tornó atlantista, con los dos grandes aliados: Estados Unidos y Gran Bretaña. Era como si los países limítrofes del Océano reclamasen un pasado y unas tradiciones comunes, se erigieran en la democracia frente a los del interior de Europa que es donde se desarrollaban los conflictos históricos y las ideologías totalitaristas[9]. Por lo cual, como ya se ha señalado con anterioridad la Guerra Fría uno de los factores determinantes en las diferentes tendencias historiográficas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. Esta Historia Atlántica se articula en torno a tres tendencias historiográficas[10]:
El primer flujo relacionado con los trabajos centrados en el comercio transatlántico de esclavos.
Una segunda corriente que procede de los historiadores de las sociedades coloniales de las Américas.
Y la última es la de los historiadores interesados en analizar las características de los diferentes imperios atlánticos.
Sin embargo estas corrientes también tienen detractores puesto que hay algunos historiadores que matizan algunas de las premisas de esta Historia Atlántica. Algunos, como J. Elliot, muestra lo difícil que es saber a qué Atlántico se refieren los atlantistas puesto que existen distintas denominaciones en función de la época y al nombrarlos a todos con la misma designación se está incurriendo en un anacronismo histórico. Otros historiadores afirman que el Atlántico no es una entidad aislada y las críticas aumentan para aquellos que consideran que la Historia Atlántica es «un disfraz» que permite el regreso de una práctica histórica alejada ahora de la «corrección política»: la historia imperial. El debate, pues, sigue abierto en Estados Unidos y ha penetrado en otras historiografías nacionales, pero eso deberá ser objeto de otra reflexión[11].
Nos enfrentamos a un compendio de diferentes corrientes en las que cada una está interesada en defender sus propios intereses y orientadas hacia su principal tesis, algunas más próximas entre sí y otras más distantes. Pero como hemos podido comprobar incluso dentro de cada corriente existen disidentes que discrepan ciertos postulados de las mismas. Se trata de un asunto demasiado complejo que nos hace reflexionar los múltiples puntos de vista, en ocasiones quizás excesivos, que puede tener la historia y los matices que derivan de la misma a medida que se profundiza en un tema concreto.
Bibliografía:
DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, Historia de Estados Unidos, Sílex, Madrid, 2009.
DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, «Historia Atlántica. Un debate historiográfico en Estados Unidos», Revista Complutense de Historia de América, volumen 36, 2010, pp. 151-159.
PURCELL, Fernando, «La Revolución Norteamericana y las tensiones interpretativas en su historiografía reciente», Revista Digital de Historia Iberoamericana, volumen 1, número 1, 2008, pp.54-69.
SÁNCHEZ DE MADARIAGA, Elena, Conceptos fundamentales de Historia, Alianza Editorial, Madrid, 2007, pp. 98-99.
[1] DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, Historia de Estados Unidos, Sílex, Madrid, 2009, p. 49.
[2] PURCELL, Fernando, «La Revolución Norteamericana y las tensiones interpretativas en su historiografía reciente», Revista Digital de Historia Iberoamericana, volumen 1, número 1, 2008, pp.54-69.
[9] DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, «Historia Atlántica. Un debate historiográfico en Estados Unidos», Revista Complutense de Historia de América, volumen 36, 2010, pp. 151-159.
[10] DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, op. cit. (2010), pp. 151-159.
[11] DE LA GUARDIA HERRERO, Carmen, op. cit. (2010), pp. 151-159.